La memoria perdida

Hola,

Hace unos días recibí un correo un tanto inverosímil, no tanto por la singularidad del mismo, sino por la sorpresa del momento.

Una antigua compañera de colegio me había localizado y me invitaba, muy amablemente, a un encuentro de antiguos alumnos que se celebrará en un par de meses. Como veis, algo habitual en las películas norteamericanas, pero que nunca pensé que se hiciera también allende, y menos que yo fuera uno de esos invitados. La cuestión es que la compañera que me escribe hace veintiocho años que no la he vuelto a ver, ni a ella, ni a ninguno de los demás.

Después de este primer correo nos hemos cruzado algún otro, ya que no tuve más remedio que confesarle que no recordaba a nadie de aquellos días. Mi excompañera, a quien he puesto ahora cara y cuerpo de niña de trece años, me envió algunas fotografías a modo de recordatorio, entre las que está ella misma.

He de reconocer que, a fuerza de mirar una y otra vez la imagen, creo reconocer algún rostro, pero soy incapaz de corresponder esos rostros con los nombres que me ha traído la memoria. Nombres con apellido enganchado, en perfecta simbiosis, como supongo repasaban cada día en la lista de clase los profesores de entonces. De ellos sí recuerdo a alguno...

Esto me ha hecho pensar desde entonces en dos cuestiones principales, primera, ¿qué impulsa a alguien, o a algunos, a querer rememorar un pasado de cinco lustros atrás?, y segunda, ¿porqué he olvidado toda esa parte de mi vida?

Para la primera no tengo respuesta. Supongo que algunos de ellos habrán mantenido el contacto, irían a la misma escuela superior, o a la universidad, quizá trabajen juntos, o incluso quizá algunos se hayan casado entre ellos, pero no entiendo muy bien el interés por saber de los demás. Claro que ese es mi problema, no puedo tener interés por algo que no consigo recordar. ¿Por qué?



Recuerdo la escuela, algunas de las travesuras cometidas por mi persona, como meter fuego a una papelera gigante donde se vaciaban las de todas las clases, tirar una silla desde la tercera planta, otras no me atrevo ni a recordar; me acuerdo también un niño con el que peleaba siempre, y que no he sabido ubicar en la fotografía, a alguna novia de la que recuerdo el nombre pero no a ella, partidos de fútbol en que yo siempre jugaba con el equipo B, el patio en un local adyacente, la entrada de un cine, cosas así, pero muy borrosas aún a pesar de haber intentado rescatarlas del fondo.

Sin embargo para mí no es una cosa excepcional no recordar nada de la gente, y tener frescos los recuerdos de las sensaciones. La sensación de peligro constante por la travesura diaria, la excitación de la pelea con el matón de turno, que me esperaba a la salida para intercambiar algunos puñetazos, la alegría de haber jugado a fútbol con "los buenos" y haber hecho un buen partido, la emoción por un beso robado de la novia en el giro de un pasillo, o mientras regresábamos del patio, la felicidad de llevar a mi perra, Tina, tirando de mi bicicleta (la que me compraron a cambio de no ir de viaje de fin de curso) por los campos de trigo de la entonces Viladecavalls, ahora comidos por promociones salvajes de viviendas unifamiliares, la satisfacción al contestar siempre bien las preguntas de los profesores, o la perplejidad porque las mismas preguntas otros niños no las comprendieran. Esas, y muchas otras más, las recuerdo como si las estuviera viviendo en este preciso instante.

¿Por qué soy incapaz de recordar que hay en mi despacho, en el que paso diez horas diarias, apenas cierro la puerta, y puedo revivir a placer lo que sentía con los primeros besos prohibidos de mi primera novia oficial, o la infinita felicidad de sentir a mi hijo reír en el asiento trasero de la bicicleta?

No lo sé.

Esa particularidad de mi memoria me ha permitido vivir muchas vidas diferentes. Ser muchas personas. Tener muchos círculos vitales diferentes, de los que he salido con total impunidad y de los que conservo siempre qué sentí, y muy pocas veces con quien lo hice.

Supongo que es una especie de egoísmo sensorial y de auto suficiencia que he tenido desde siempre, y que me permite vivir el presente sin apenas ataduras con el pasado. Por eso los peores momentos de mi vida han sido cuando las sensaciones que han perdurado eran malas, y no cuando las personas se han ido de mi lado, o nos hemos distanciado. Por ese motivo la culpa es mi peor recuerdo y el infinito saco de mi memoria, el mayor remedio.

Bueno, espero que la fiesta sea un éxito, que todos los que se reencuentren en ella sí se recuerden, que las anécdotas se abran camino en manteca espesa de los años, y que las esperanzas de un grupo de chavales con las rodillas sucias se hayan cumplido en un alto porcentaje.

Gracias Susana por haber revivido estas sensaciones casi treinta años después, muchas gracias.

Saludos,

(Por cierto, yo personalmente no aparezco en ninguna de estas fotografías, y no porque no me haya reconocido, sino porque pertenecen a un viaje que no hice)

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