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Avui és Sant Jordi

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Avui és el meu sant, Sant Jordi, i també un dels dies més esperats del calendari any rere any. Veure les parades de flors al carrer, els llibres, els mitjans informant de tot lo que passa, la cursa al més pur estil de MotoGP dels escriptors per veure qui és el més venut de la jornada en un dia de màxima expressió catalana, de cultura, de bon rotllo, de companyonia i d’orgull patri, fins i tot en aquells que no se’n senten i que per un dia veuen en la diada un exemple de comportament comú. I així ha estat per més de cinquanta anys..., però ja no, o com a mínim, ja no tant. Aviat farà divuit anys que sóc a fora, vivint a un altre país a on tot això no els importa una mé, bé, de fet gairebé res no importa una mé en aquest punt remot perdut a l’oceà, i per això fa una pila d’anys que no veig paradetes de llibres, ni escriptors, ni roses al carrer. El temps s'ha menjat fins i tot aquella il·lusió que tenia de ser un d’ells algun dia, de veure’m estrenant un llibre de la meva autoria i p

24 de febrero

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Llueve, y el césped del patio está cubierto de hojas amarillas que asemejan pequeñas flores recostadas en un lecho verdoso y húmedo. Los que amamos las letras de García Márquez sabemos que así es como se presenta la muerte.  Hoy me recuerda mi hermana que nuestra madre habría cumplido 78 años si 28 años atrás no se la hubiera llevado un cáncer cabrón. Hoy, que a un loco maldito se le ha ocurrido apretar el botón de la muerte ajena por engrandecer el ego de sus bolsillos, hoy, que hablaba con un amigo y me explicaba que no ve razón para seguir después de que su esposa, tras treinta y cinco años juntos, también hubiera muerto. Hoy, que nuestro patio ha amanecido cubierto de hojas amarillas, es 24 de febrero. Toda medida requiere de otra para comparar su magnitud, y si ponemos nuestro tiempo en la balanza infinita apenas no somos ni un pedacito de la te del tic-tac del reloj cósmico, pero si transmutamos veintiocho años a una vida humana es, como poco, un tercio. Mi madre murió con cincue

Esqravos

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No soy nadie, de hecho ninguno de nosotros somos nadie, o por lo menos eso es lo que he comprendido tras algunos días de vivir en lo que dicen es el primer mundo. Y cuando digo que no soy nadie quiero decir que no soy lo suficientemente humano para llegar a ser nadie. Antes, quizá en otra época que ha quedado grabada en mi memoria como cierta, las personas íbamos a los lugares y se nos reconocía por las formas, el rostro, el tamaño de la cabeza, la ropa que vestíamos o los idiomas que hablábamos. De esa forma nuestros interlocutores, camareros, policías, funcionarios, dependientes, otros seres humanos como nosotros, sabían que todos pertenecíamos a la misma especie y se nos abrían las puertas de la interacción con ellos.  Antes, quizá en esa época que creo recordar que existió, ibas a un bar, una tienda, un aeropuerto, una casa, y la persona que te recibía reconocía en ti un ser humano con potestad para ser tratado como algo vivo, algo por encima de una mascota o una caja de cartón. An

Los diez puntos de dirección de Ted Lasso, el anti jefe

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Estos días he tenido la suerte de ver una serie en televisión: Ted Lasso. Vaya por delante que no soy capaz de seguir una serie dramática más allá de los dos o tres primeros capítulos (con suerte) porque cualquier historia, por buena que sea, acaba estirándose como un chicle y convirtiéndose en eso, en una serie de televisión, o como le decíamos antes, en un culebrón. La trama en este caso es sencilla, un equipo de fútbol de la Premier Ligue que contrata a un entrenador de fútbol americano como máximo responsable del área técnica. Es decir, contratan a un director que no tiene ni la más remota idea del deporte en el que va a competir, o dicho de otro modo, contratan a un directivo que jamás en su vida ha trabajado en la rama a la que se va a dedicar. Sin embargo, y tras los primeros ridículos públicos fruto de su desconocimiento, el coach Lasso comienza a presentar los cimientos en los que se basa su método de dirección, y que voy a intentar resumir en 10 puntos: 1. No basar el éxito

Gracias, República Dominicana

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Ayer tuve el placer de ir a cenar con un grupo de amigos a los que hacía algunos meses que no veía, mitad por la pandemia, mitad por mi falta de tacto social, y durante la tertulia, en la que nos reímos y comentamos mil historietas, salió el tema de lo que suponía para nosotros vivir en República Dominicana. Casi siempre, cuando sale a colación la dominicanidad entre los extranjeros que vivimos aquí, tendemos a resaltar más las carencias que las virtudes. Supongo que quizá se deba en parte al síndrome del emigrante que recuerda la tierra propia como el paraíso en comparación a la de acogida, pero como sea, en esa charla uno de los colegas dijo estar muy agradecido a este país porque aquí había conseguido la mayoría de sus sueños. Fue tan así que nos explicó que había hecho una lista de sueños conseguidos en República Dominicana y que jamás, pero jamás de los jamases, habría podido ni imaginar en su España natal. La idea me pareció tan buena que no quiero dejar pasar el día grande de es

Moáis de ébano

 - Yo le dice, no deje la escuela, pero ella piensa mujer porque tiene diecinueve y se casa con hombre y ahora está muerta. Es Richard quien me explica que ayer murió su hermana desangrada por una hemorragia tres días después de parir.  - Ella dice hombre tiene cédula y se casa. Me lo explica con su español aprendido a base de decir sí amo y obedecer desde que dejara su Haití natal para intentar sobrevivir más allá de los cuarenta años que la estadística le hubiera reservado de quedarse en el infierno del planeta. Lo miro a los ojos y me rehúye la mirada. Está triste, pero sólo por dentro. Desde mucho tiempo atrás, quizá antes de nacer, sabe que los pobres de la tierra no tienen derecho ni siquiera a demostrar sus emociones. Un día, charlando con un amigo en un batey, le hice notar que allí los niños no lloraban. ¿Para qué?, me preguntó. Richard es uno de esos niños, y Samuel, y Yodel, y la mayoría de los jóvenes inmigrantes que voy conociendo. Duros, flacos, nudosos como el sarmie

Larga vida al Lobo

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Apenas llevaba cuatro días en el país cuando te vi por primera vez. El malogrado Rodrigo, asesinado vilmente en su oficina de México, tocó en mi puerta y me preguntó si quería ir a una playa en el Caribe, la mejor de todas, me dijo. Por supuesto le respondí que sí y arrancamos para Bayahibe. Entonces, catorce años atrás, no había ninguna de las carreteras hoy que trenzan el territorio y nos costó cerca de dos horas llegar al hotel Dominicus en el que tú trabajabas. Franco nos ayuda, me dijo Rodrigo cuando nos negaron el paso a la playa en la barrera del hotel. Rodrigo sacó el móvil, te llamó y bajaste. Imponente, dando instrucciones, con una sonrisa que endulzaba tu personalidad de líder.  Rodrigo nos presentó y yo sentí que debía estar con alguien muy importante si era capaz de abrir una barrera de hotel con sólo mirar al guardia. No me equivoqué, estaba con una persona muy importante, una de las que más. A ese primer encuentro vinieron otros, muchos de ellos de carácter profesional,

¿Qué habría pasado si los niños no fueran al colegio este año?

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Me pregunto, sin más intención que la exposición de la duda, ¿qué habría pasado si los niños no fueran al colegio este año? Ahora, mientras plasmo mis dudas en este artículo, mi hijo está al otro lado de la puerta encerrado en su habitación con los ojos fijos en una pantalla de ordenador de la que no se podrá mover durante seis horas y media con la excepción de tres descansos de media hora. Seis horas y media sentado en una silla del Ikea solo, sin más compañía que el sueño, el aburrimiento, el cansancio y las diferentes caras planas que van apareciendo en su monitor para hablarle de temas que no le interesan lo más mínimo. Sí, ya sé que el colegio es eso, pero un grupo de niños encerrados en una clase no es lo mismo que un niño trancado en su habitación, aislado en un espacio en el que el profesor nunca se da la vuelta, en el que no puede cruzar miradas cómplices más allá de sus muñecos y el armario de la ropa interior, donde no hay risas contenidas ni conversaciones furtivas en voz b

La puntita nada más

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Casi todas las buenas historias comienzan con una mirada, una de esas que lo cambian todo por su intensidad, su tristeza, su rabia contenida o la esperanza dibujada en el fondo del iris.  Ésta no.  Esta historia comienza con un zumbido desagradable, un sonido que se amplifica por segundos hasta destruir con su maldad el último regazo en el que nos acunaba Morfeo. Le sigue, a veces, un gruñido de desaprobación y un pequeño golpe en la cabeza del despertador para que calle su aliento mórbido. Cinco minutos más, pienso siempre antes de levantarme envuelto en la sábana de la pereza, la única que conservo de mi niñez, y camino descalzo hasta el baño, cierro la puerta, enciendo la luz y observo mi cuerpo en el espejo. El cuerpo de un hombre mayor, flaco, con las costillas marcadas en la piel y los bíceps colgando en unos brazos que jamás consiguieron ser musculados. Me aseo y me calzo el culotte, la mejor prenda inventada por el ser humano y la base para que un culo normal aguante un montón

¿Y si no éramos tan felices?

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Empezamos a ver como en muchos países comienzan la fase de desescalada de la cuarentena, evidentemente en orden inverso a cuándo la empezaron, lo cual implica que algunos todavía deberemos esperar un poco para llegar a esa fase. La palabra desescalada tiene un origen claramente montañero, y la montaña o el alpinismo, así como los todos los deportes de resistencia, maratón, pruebas ciclistas de largos recorridos, natación en aguas abiertas, e incluso las caminatas de muchas horas tienen en común que enfrentan a sus practicantes a un momento temible que va más allá de la resistencia física, y que no es otro que poner en valor la realidad de nuestro entorno, de nuestra vida y de cómo hemos escogido vivirla. Es un momento en el que de golpe la mente aparta lo vano y se centra en lo que de verdad importa. Nadie que ande corriendo una maratón por el kilómetro treinta o que lleve cinco horas de caminata se acuerda de si tiene un Porsche o si viste las últimas zapatillas la ostia de la reosti