La furgoneta amarilla
Hace días que la situación personal de un amigo me ha hecho reflexionar sobre los caminos que cada uno de nosotros tomamos para, si no ser felices, vivir ilusionados y en paz, que a fin de cuentas es lo más parecido a la felicidad.
Desde que somos niños hasta bien entrados en la edad madura nos dedicamos a imitar los comportamientos y las actitudes de las personas que hemos tenido a nuestro alrededor. También nos pasamos ese periodo en constante imitación de los patrones que vemos por televisión, que leemos en libros o que escuchamos en boca de conocidos y gurús del comportamiento. Así nuestra concepción de la vida es un compendio de las concepciones de todos los demás.
Podríamos tomar como estándard lo que nuestros padres desearon para nosotros, estudiar, tener un buen trabajo, una buena esposa/o, un buen coche, una buena casa, comer bien, vestir bien, tener dos hijos, parejita a poder ser, y cumplir con lo que llamamos, en una hipocresía adquirida, lo que la sociedad considera normal.
Nos pasamos una buena parte de nuestra vida, como decía, en un esfuerzo constante por intentar lograr estos patrones, o los que sean, que nos han de asegurar un bienestar y felicidad idílicas.
Sin embargo, llega un momento en la vida de todas las personas (y pobre del que no lo tenga), en que descubrimos que esos patrones no nos sirven, que no nos han llevado al punto al que nos habían prometido que llegaríamos, y se produce entonces una desestructuración interna, un terremoto que hace temblar los cimientos más profundos de nuestras creencias.
En ese momento hay quien decide cambiar, quien intenta apuntalar mejor sus viejas creencias con la esperanza de que pase el terremoto, y quienes sucumben al cambio y no vuelven a levantar cabeza.
Tengo un amigo que siempre dice que porque al vecino le haya ido bien comprando una furgoneta amarilla y vendiendo melones por las casas, no vamos a comprar nosotros la misma furgoneta y vender los mismos melones. Y creo que tiene toda la razón.
Cuando llega este momento lo mejor es hacer acopio de una gran dosis de valor y escuchar. Pero no escuchar la televisión, ni a nuestro mejor amigo/a, ni a los padres, ni al compañero/a, no. A quien debemos escuchar es a nuestro corazón, el único que tiene siempre todas las respuestas para conseguir nuestra felicidad. Si hacemos ese silencio y escuchamos, la sorpresa será enorme, y el cambio que nos propone más todavía, por eso debemos armarnos de un valor rayano en la heroicidad para seguir sus mandatos sin miedo.
Sólo el que tiene el valor suficiente para hacerlo puede conseguir esa ansiada felicidad serena. El resto, compra y compra furgonetas amarillas en un intento baldío por conseguir lo que otro hicieron.
Os animo a escuchar vuestro corazón y a que dejéis las furgonetas amarillas para los vendedores ambulantes.
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(J, from Lleide, Catalonia)