El día que vimos más cosas

Dijo nuestro gran escritor Josep Pla, gran viajero y poco gastador, en su primer día de visita a New York "Me doy cuenta de que hoy es el día de mi vida que he visto más cosas", y tenía toda la razón del mundo.

Después de meses de trabajo y aislamiento forzado por la misma razón, decidimos de última hora marcharnos a pasar un fin de semana largo a New York, y, por primera vez en mi vida, pisar los Estados Unidos de América fuera de un aeropuerto.

La primera reflexión fue encontranos solos en una ciudad de más de diez millones de habitantes, porque ninguno de ellos era amigo nuestro, y a ellos es a quien echamos de menos. Es extraño llevar la cámara atada a la cintura y no compartir el ángulo de la foto con Cecilio, o poner a todas las mujeres alrededor de José.


Pero después de la primera sensación de soledad, decidimos pasarlo bien. De hecho habíamos ido para eso...


Así que hemos pasado cuatro días en New York extraordinarios. Cuatro días en una ciudad que ofrece tantas opciones como personas hay. El centro del capitalismo mundial, un lugar en el que puedes encontrar cualquier cosa que se te ocurra, un centro comercial a lo bestia en el que cada marca (de lo que sea) lucha por sobresalir de las demás. La versión de la selva que visitamos hace años en Perú, pero en versión cemento.


Paseamos por Central Park, todas las avenidas que pudimos, nos luxamos el cuello de mirar hacia arriba, entramos en más tiendas de las que puedo recordar, cogimos un taxi amarillo conducido por un hispano, no conseguimos hablar inglés con nadie porque todo el mundo habla español, gastamos mucho más de lo que pensábamos, comimos en el Bubba Gamp, compramos falsificaciones en China Town, visitamos el MOMA, vimos Mamma Mía, nos perdimos en el aeropuerto JFK, fuímos en SubWay, nos comimos un hot dog, paseamos por Tiffany's como si pudiésemos comprar algo de lo que allí se vende, y por instantes nos sentimos como si lleváramos toda la vida en Manhattan.


Celebré mi santo allí, viendo Mamma Mía. Por cierto, que espectáculo tan impresionante.

Los que me conocéis un poco sabéis de sobra que no soy muy pro americano, que no me gusta demasiado su modo de vida, ni la prepotencia con la que parecen caminar por el mundo, pero he de reconocer que nunca había visto una ciudad como New York. Es el paradigma de la individualidad, del reconocimiento de la riqueza material como éxito personal, y no sólo no se avergüenzan de tal cosa, sino que lo pregonan a los cuatro vientos en forma de frases impresas en placas doradas.


Rockefeller Center, el culto al dios pagano del Dólar. Por cierto, las dos iglesias más importantes de Manhattan, la catedral de San Patricio y la Trinidad, están frente a Rockefeller Center la primera y frente a Wall Street la segunda. Je, je, je, ¿serán socios, o se expían unos a otros los pecados?


Como no podía ser de otra forma, visitamos la estatua de la Libertad y dimos un paseo en barco desde el río Hudson al East river.


Y regresamos a casa, cansados, algo más pobres de bolsillo, pero mucho más ricos en experiencia y felices por haber tenido el valor de dejar a nuestro pequeño cuatro días en compañía de su amado tío Ooocaá (Óscar para los que no hablan Marçalés). Tampoco les ha ido mal...

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