La fórmula del éxito


Resultado de imagen para sheldon cooperEsta mañana leía una nota del escritor Fernando Gamboa con relación a su éxito personal. Comenta Fernando que su “balance suerte-desgracia”, tanto en su vida personal como profesional, se inclina más para el lado de “las sombras” que para las luces. Explica también que en su vida se han sucedido una serie de infortunios que casi lo han quebrado y de los cuales siempre ha salido adelante gracias a la palabra clave que, para mí, marca todas las historias de éxito que conozco, y que no es otra que constancia. Es decir, una persona que reconoce públicamente un balance negativo entre la suerte y la desgracia en su vida, acaba siendo plenamente exitosa, y si bien el éxito se puede medir por diferentes varas y para cada uno de nosotros esta palabra tiene un significado especial, en el caso de Fernando Gamboa hablamos de que es un súper ventas, que tiene cientos de miles de lectores y que en todo el ramo, editores, agentes y otros escritores, siempre se habla bien de él. Creo que en este caso particular, el éxito está bien medido.


Como decía, si bien el éxito es diferente para cada persona, creo que una definición con la que nos podríamos sentir todos cómodos sería algo como que el éxito es conseguir lo que uno desea, y en esta línea conozco muchos otros casos de éxito, aunque algunos no los querría para mí de ninguna forma. Conozco hombres cuyo éxito es haber tenido muchas relaciones sexuales con muchas mujeres, conozco personas que se han hecho ricas, y a otras que se han hecho vergonzosamente ricas, conozco escritores de éxito, conozco a una madre de familia que ha tenido un éxito brutal con sus hijos llevándolos a niveles de excelencia académica que asustan, conozco directivos que han tenido éxito alcanzando cargos de dirección importantes, conozco mecánicos que han tenido éxito arreglando vehículos imposibles, un bailarín que ha danzado por todo el mundo como primer artista de una importante compañía de danza, y así una lista infinita, pero si analizo todos estos casos de éxito, como en el caso de Fernando Gamboa, hay una palabra común a todos ellos, la constancia.

Y es verdad, la constancia es una de las claves de la vida. Los que hemos sido corredores lo sabemos muy bien, salir a correr un día y hacer un kilómetro a toda velocidad lo único que produce es una aceleración absurda del corazón, mientras que salir todos los días y correr media hora te convierte en un corredor de fondo. Tú no amas a nadie, ni te aman, porque un día fuiste encantador. Te aman porque cada día haces algo para que ese amor exista. Tú no te pones en forma yendo un día al gimnasio y reventándote la espalda cargando una absurdidad de peso, te pones en forma siendo constante y haciendo cada día un poquito de ejercicio, porque la vida, a pesar de que es corta, no lo es tanto y sólo aquellos cuya voluntad se sobrepone a la pesadez diaria son capaces de tener éxito.

El éxito es relativo, verdad, pero implica esfuerzo en todos los casos. Si posees un talento natural (¡algo que ha de ser maravilloso, por cierto!) quizá el grado de constancia que necesites sea menor, pero si a un talento natural se le añade la constancia, el resultado es un ejemplo para los demás. Tenemos los casos de deportistas famosos dotados de un talento innato y cuya constancia les ha hecho dar el salto de grandes deportistas a leyendas. Se me ocurre el caso de Messi, un tipo que en cualquier equipo sería una figura indiscutible gracias a su talento, pero que a base de constancia ha conseguido una carrera profesional de más de diez años rindiendo a un nivel que lo sitúa como uno de los mejores (el mejor para mí) del mundo. Este ejemplo prosaico de un futbolista es la clara definición de talento y constancia.

Leía hace unos días la entrevista a un gurú de la dirección empresarial y venía a decir más o menos lo mismo. Él destacaba que aquellos directivos capaces de mantener una actitud tranquila en el tiempo, aquellos que son amables con los demás y que además son constantes en la defensa de sus idearios son tan escasos que consideraba que su búsqueda era precisamente el éxito de los departamentos de recursos humanos y su pérdida el fracaso de las empresas que los dejaban marchar.  

Sin duda el éxito, y ahora hablo del éxito profesional a nivel de empresa, no se puede medir sólo en la constancia, pues muchos otros factores también lo engordan, pero si damos por hecho la preparación profesional, me atrevo a nombrar un par de ingredientes más que para mí son fundamentales en la consecución del éxito por parte de un directivo. Uno de ellos es la amabilidad, el respeto de la buena educación, dar la mano y mirar a los ojos, perder un segundo cuando alguien te para y quiere explicarte cualquier cosa, que ha tenido un problema en la empresa, que han operado a su mujer, que se ha graduado su hijo, o que ha conseguido entradas para ver jugar al Barça el fin de semana, no cuesta nada detenerte un segundo, dejar lo que estés haciendo o tengas en mente, mirarlo a los ojos y escucharlo. No cuesta nada entrar en un lugar y saludar a la gente que hay allí, no puede suponer un esfuerzo sonreír a tu equipo. No te atribuyas méritos que no tienes, eso es de mala educación, y reconoce todas las virtudes de tu gente, especialmente si puedes hacerlo frente a terceros o frente a tus superiores. Nunca regañes en público, también es de mala educación. No faltes el respeto, porque aquel o aquella a quien faltas por un tema profesional seguro que es mejor que tú en otras mil cosas. Por eso la amabilidad es fundamental para ser un directivo exitoso, pero para tener una vida sana y honesta también es un requisito indispensable.

La otra pata que añadiría en este taburete de constancia y amabilidad sería la empatía. ¿Qué puedo hacer yo para que los demás, clientes, proveedores, equipo, otros directivos de otros departamentos, compañeros e incluso aquellos que no lo son, se sientan mejor? ¿Qué puedo hacer para que mi entorno sea más agradable? Creo honestamente que ponerse en la piel de los que están a nuestro alrededor e intentar comprender sus motivaciones nos hace exitosos. Si somos capaces de comprender porque alguien hace bien su trabajo y porque otra persona de similares características no, y somos capaces de ayudar a que esas situaciones negativas cambien, inmediatamente tendremos un equipo cuyo objetivo será común y nos acercará al éxito. Y con trabajo no me refiero a tener a la gente contenta para que produzcan como gallinas sobrealimentadas, esto mismo lo podemos trasladar a la familia, los amigos, al entorno más personal de cada uno de nosotros, porque si ese entorno reconoce nuestra predisposición y capacidad para solucionar situaciones complejas, cuando esa situación compleja nos afecte a nosotros será justamente ese entorno quien nos arrope y nos facilite la superación del obstáculo.

No creo que conseguir el éxito en equipo o en solitario difiera mucho porque para tener éxito en solitario también necesitarás en un momento dado a los demás, así que pensando un poco en el método, quizá se podría resumir la clave del éxito a modo de fórmula matemática:

 E=pc2
siendo E el éxito, p ser una buena persona y c la constancia.

Cómo fórmula da pena, lo sé… pero como idea estoy convencido que es un común denominador en la mayoría de los casos de éxito y si no lo furea y esa p de buena persona se cambia por cualquier otro ingrediente, honestamente, para mí ya no sería un éxito ese éxito.


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