10 motivos para no visitar La Habana y 1 argumento desesperado


Motivos para no visitar La Habana:
  1. Es una ciudad que prácticamente está en ruinas. 
  2. Es un viaje de regreso a la década de los cincuenta. Vehículos de mediados del siglo pasado se pasean ufanos por una ciudad de la que ya forman parte de su imaginario, como los posters y fotografías amarillentas de viejas glorias que tomaron sus daiquiris y sus mojitos en los bares de moda del momento. 
  3. A excepción de los turistas, hasta los perros callejeros están fichados. Es una ciudad en la que casi todo, taxis, caballos, carros, coches, buses, e incluso los perros callejeros, llevan un carnet que les recuerda quiénes y de quiénes son.
  4. Es una ciudad en la que unos pobres, armados, robaron a unos ricos, industriales, para repartir con otros pobres lo que no era de ellos y a los que después robaron para que ellos, los armados, se hicieran más ricos que los ricos a los que les habían robado para repartir con los pobres, que hoy ya no son pobres, cierto, pero a los que les gustaría volver a serlo para salir de la miseria en la que los ricos, los armados, los han sumido.
  5. Todo el mundo tiene un primo que tiene un coche para dar una vuelta, barata, por la ciudad, que trabaja en una fábrica de puros, baratos, y que está casado con una señora que cocina de maravilla, barato, en su casa.
  6. La única forma de hacer una fotografía de la Plaza de la Revolución es capturando la pantalla de Google Maps.
  7. El Ché está por todas partes, Ché por aquí, Ché por allá, posters, libros, discos, fotos, camisetas, colgantes, llaveros, la casa donde nació, la casa donde echó el primer polvo, la baldosa de la calle que pisó un día volviendo de uno de sus asesinatos,… ¡incluso tienen una pared con su rostro en la inmensidad de la Plaza de la Revolución!
  8. Cada Euro, Dollar, CU, Yen o Rublo que gastes será repartido por las inocentes manos de una dictadura. ¡Vas bien, Fidel!
  9. La dignidad de los cubanos es proporcionalmente inversa a su estado.
  10. El Malecón, hermoso, está cubierto por un palmo de chapapote en el que docenas de habanenses pescan al caer la tarde. 
He tardado treinta años en ir a La Habana porque, además de estos argumentos y los muchos que se me ocurren, nunca quise ir a un país gobernado por una dictadura. 

Sin embargo, por avatares de la vida tuve la oportunidad de ir hace unos días y disfrutar de una estancia breve en La Habana Vieja, uno  de los centros históricos más hermosos de Latinoamérica, y estoy seguro que del mundo entero, y que parece que hubiera soportado una guerra por años. Casas de una factura magnífica que se desmoronan sobre sí mismas sin que los que las usan puedan hacer nada por ellas, y sin que los que las robaron a sus propietarios aporten un grano de arena en su mantenimiento. Viviendas que serían la envidia de ciudades como Barcelona, New Orleans o la mismísima París, aguantadas por crucetas de tablones rescatados de otros escombros, con divisiones interiores de cartón donde en su momento hubieron algunos de los frescos más impresionantes de artistas de la época, y que ahora están preñadas de personas que viven en un hacinamiento indigno. Un atentado al patrimonio de la humanidad igual o peor al que los terroristas han practicado en ciudades como Bamiyán, Tombuctú o las más recientes Palmira y Cirene.  

En los pocos días que permanecí en un hotel maravilloso en pleno centro de la ciudad vieja me maravillé del entorno, de lo poco que hay restaurado, y me horroricé con la situación de los cubanos que pasean la dignidad de su educación y su sanidad gratuita por cada rincón al que el turista les dé entrada. Una sanidad, vaya por delante, que no sé si será o no buena, ni cuánto tenga de gratuita, pero que se practica en centros médicos más parecidos a los de Haití que a los de cualquier otro país caribeño. Algo que contrasta con la cantidad de librerías que pueblan sus calles y que no he visto en ningún otro lugar del trópico.

Me sobrecogió la belleza de la ciudad, destruida, y la calidez de sus gentes, aún cuando sabes que tras cada sonrisa forzada al turista se esconde una necesidad imperiosa de rescatar algo de dinero. 

Me impresionó la cantidad de música que suena por doquier en la parte turística. Bandas completas que asaltan con sus notas magníficas y sus composiciones perfectamente ilustradas a los turistas en cualquier rincón. Bandas callejeras con violonchelos, flautas traveseras, clarinetes, guitarras o una quijada de vaca que hacen sonar como si hubieran estudiado en un conservatorio…, algo que seguramente es así.

Me maravilló la inventiva de una gente que tiene que hacer magia para conseguir cualquier cosa, un litro de pintura, un puñado de clavos, lo que sea, y eso que desde hace un tiempo parece que tienen permitido que los cientos de miles de cubanos que viven en el extranjero los provean de ciertas cosas.

Veo que me voy extendiendo a medida que mi memoria recupera las sensaciones vividas, las sonrisas recibidas, las caminatas entre escombros, obras de arte y fotografías de momias sacadas de libros de terror aderezadas con música de son y salsa, y no he dado el argumento desesperado. ¡Aquí va!

Argumento desesperado:

La habana es una de las ciudades más hermosas que he visto jamás y que nadie en su sano juicio debería dejar de visitar para opinar por sí mismo.



Comentaris

Blanca Miosi ha dit…
Mi hermano fue a Cuba hace unos meses. Me relató algo similar pero no tan bien descrito como tú lo haces.
Yo no siento deseos de visitar Cuba. Tal vez será porque Venezuela se está pareciendo mucho a Cuba.
Jordi Díez ha dit…
Con todo el desconocimiento que da la distancia, como el espejo de Venezuela sea lo que vi en La Habana, pobre de los venezolanos...
Unknown ha dit…
La Habana es la ciudad donde crecí, me enamoré, nació mi hija. Es una ciudad amada y a la que no he vuelto ni pienso volver hasta que quiten la prohibición de viajar a cubanos cuyo único delito es discrepar del régimen.
Pero como dices, es una ciudad que merece una visita.
Me alegro que hayas disfrutado tus vacaciones.
Jordi Díez ha dit…
Muchas gracias por pasar por aquí, Marlene. Pensamos mucho en ti y en nuestros amigos cubanos mientras paseábamos por las calles de la ciudad. Yo tampoco volveré nunca más hasta que no sea una ciudad "libre", o por lo menos, una ciudad igual de libre que cualquier otra.
Un beso grande,

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