El comemierda
Ayer, como casi todos los domingos, salí un rato en bicicleta. La mía es de montaña, de esas con las ruedas gordas y suspensiones por doquier para proteger lo que queda digno de protegerse (más bien poco) a través caminos de tierra, piedras, raíces y todo tipo de accidentes terrestres. La ruta que escogí consistió en una trocha desde mi casa hasta lo que se conoce como Los Quesos, y que no es otra cosa que una granja con fama de hacer buenos quesos, y regresar, pero vale decir esa granja no es la única que se atraviesa en los poco más de cuarenta kilómetros de pedaleo, sino que durante el camino hay varias granjas ganaderas que suplen a la industria hotelera de la zona. Una de ellas, la más grande, está a unos quince o dieciséis kilómetros de casa y a poco menos de cuatro o cinco del punto de retorno. La delimita una cerca en la que a mi paso se agolpaban medio centenar de vacas, o un centenar, o un millón, como fuera, un paquetón de vacas. Al verlas, y de manera instintiva a pes