El cumpleaños de Quim
El día que cumplió cincuenta años, se levantó con unas terribles ganas de cagar. El intestino se le había removido en la madrugada como una anguila perseguida por un tiburón y lo hizo saltar de la cama. Dormía desnudo y el baño, a un par de metros de la cama, siempre mantenía la puerta y tapa del váter abiertas, por lo que en dos zancadas ya había metido el culo en el hueco de la taza. El primer retortijón le arrancó una mierda dura, larga y pesada que sintió correr por el último palmo del intestino antes de cruzar el recto y caer a plomo sobre el agua estancada del retrete. Sintió un placer rayano en lo ancestral al notar como los músculos anales cerraban su agujero y la mierda dejaba de pesar en su cuerpo. Una sonrisa de satisfacción le cruzó el rostro mientras estiraba la mano derecha para sacar un par de palmos del rollo de papel higiénico que colgaba junto a él. Hizo un par de pliegues y con la misma mano derecha buscó a tientas el hoyo que debía limpiar. Actuó como siempre, co