Un día magnífico, sin duda.
Hoy ha sido uno de esos días que podemos llamar “felices”, un domingo en familia, con los niños en un entorno precioso en el que hemos gozado de la compañía de la naturaleza, del mar, de un paseo en catamarán, de un almuerzo de lujo en el mejor restaurante del mundo, a pie de playa en la Isla Saona, quizá uno de los lugares más hermosos que hay, y de regreso, a toda máquina en una lancha que debía capitanear el mismísimo Moisés por la forma en que abría el mar, a treinta nudos sobre los tonos turquesas del mar Caribe. Un día magnífico, sin duda. Sin embargo, entre salto y salto propiciado por los 220 CV de cada uno de los dos motores de la lancha, he sentido el estreñimiento de las cinchas de la mochila vital cargada en mi espalda, esa presión de las vidas no vividas y que de tanto en tanto, sin avisar, me asalta. El peso de las vidas que dejé para llegar a la actual y su correspondiente "qué hubiera pasado si..." Quizá una de las mejores cosas de ser escritor,