¿Y si todo hubiera empezado con un abrazo?

El pabellón de la Mar Bella es un espacio multiusos perteneciente al Ajuntament de Barcelona en Poble Nou, uno de los barrios colindantes con la villa olímpica que albergó a los deportistas de los Juegos de 1992 en uno de los momentos álgidos en la historia de la ciudad y de Cataluña, si se me permite hacer gala de mi catalanidad. Un pabellón, el de la Mar Bella, que después de haber alojado el debut olímpico del bádminton con reparto justo (o no) de medallas entre Korea del Sur, China e Indonesia, se dedica a la celebración de diferentes actividades culturales y dispone de pistas para la práctica del taekwondo, del bádminton y de fútbol sala. 

Unos años después de ese periodo tan especial para la ciudad, yo viví uno de los más difíciles de mi vida, preso de una gran duda interna, una profunda depresión y un convencimiento vital de que todo lo que hasta entonces había tenido sentido, sencillamente había dejado de tenerlo. Uno de esos momentos en la vida que podríamos representar en una viñeta con un tipo de pie en un cruce, con la mano izquierda en jarra sobre la cintura y la derecha rascándose el mentón, pensativo, mientras sobre su cabeza aparecería un símbolo de fin de interrogación y los carteles  de los caminos estarían en blanco. Un cruce al que ya ha llegado después de equivocar varios caminos consecutivos y en el que se tiene el convencimiento absoluto que no se puede volver a fallar porque uno de esos caminos conduce a la salida, pero los otros se adentran en peligrosos bosques, ríos bravos o llevan a un profundo precipicio. 

Conocí por entonces a un grupo de personas increíbles, creo que ya he hablado alguna vez de ellas, un grupo de gente que decidía un viaje pasando un péndulo sobre un mapa en lugar de consultar los horarios de los trenes. Gentes que no sufrían los terribles males que a mí me aquejaban y cuyo concepto de vida era tan sencillo de explicar como imposible de llevar a cabo, como al final acabé descubriendo por desgracia. Sin embargo, en ese momento ellos se mantenían en un mundo de prisas, consumismo y necesidad de capital para todo, ausentes; parecían estar por encima de la mundanidad que siempre había visto a mí alrededor. Hablaban de cosas extrañas para mí, vibraciones, paz interior, meditación, calma, aceptación..., cuando algo no les parecía bien no aparentaban una intención de cambiarlo, sino que eran ellos quienes cambiaban para aceptar el rumbo de las cosas.

Aprendí ) a calmar mi mente mediante técnicas de meditación, tuve por primera vez un Maestro y una Maestra, a los que todavía consideró con estos títulos y a quienes estoy infinitamente agradecido, conseguí aprender a controlar el caudal indisciplinado y torrencial de pensamientos que asaltan mi cerebro sin descanso, y aprendí a poner en perspectiva la ridiculez de nuestros problemas, incluso de nuestras propias vidas, sobre todo de la mía. Supe entonces que cuando uno se pierde, el truco está en quedarse quieto y esperar a que aparezcan las señales, porque todos los caminos están llenos de ellas aunque normalmente en nuestro devenir corriente no las necesitemos, ¿quién necesita leer un mapa cuando sabe dónde va?, sin embargo, una vez perdido y si paras atención a tu entorno y a tu interior, inmediatamente comienzan a aparecer leves indicios de acierto, pequeños mensajes que te indican hacia dónde has de avanzar, o quizá hacía dónde no has de avanzar, lo que al final es casi igual de útil. Avisos luminosos que van cogiendo fuerza a medida que tus sentidos se adaptan a esa situación desconocida, como la pupila que se agranda en la oscuridad para definir en objetos conocidos lo que antes sólo eran sombras en la oscuridad.

Poco a poco te vas entrenando en conocer los mensajes correctos, en adivinar las señales útiles y no confundirlas con las imaginadas, la superchería o la superstición. Aprendes a entender cuando algo es real y cuando no. Con ellos viajé por primera vez a Perú, subí a Machu Pichu, y adquirí una cierta destreza en reconocer los mundos sutiles de los que hablara Machado. En aquel camino plagado de metafísica llegó a Barcelona, al pabellón de la Mar Bella, Mata Amritanandamayi, más conocida como Amma

Apenas un año antes reconozco que habría sido uno de los miles que hacían bromas sobre Amma, una mujer rodeada de una parafernalia un tanto ridícula e innecesaria bajo mi punto de vista, y que “sanaba” a la gente con sólo abrazarla. Sin embargo no era un año antes, era el año que debía ser y el momento que había escogido para hacerlo, y fui.

Permanecí dentro del pabellón por horas, entre grupos de gente de todo tipo, colgados, “fumaos”, “cumbayas” de toda índole, familias completas con un chorro de hijos, personas mayores, gente con problemas físicos que igual hubieran ido a Lourdes que a la Mar Bella, gentes honestas que creían en lo que estaban haciendo, curiosos, escépticos, místicos de gran ciudad, maestros y predicadores, agoreros, abanderados del pensamiento positivo, algunos amigos, una persona muy especial, y yo. Horas en las que una cítara nos perforaba los tímpanos con absoluta impunidad mientras esperábamos a que Amma apareciera. Largos espacios que podían amenizarse bien yendo de compras o visitando los diferentes comedores y bares instalados por la organización, hasta que al fin apareció una señora más bien bajita, un tanto entrada en peso, vestida con un sari blanco y rodeada de músicos, voces aflautadas, girnaldas de flores y más cítaras percutoras. Comenzó entonces una larga fila para recibir los abrazos de Amma mientras alrededor del darsham, como se denomina al acto de los abrazos sanadores, se vendía toda clase de quincalla, desde pulseras a sandalias, fotos, estampas, saris, reliquias que habían pertenecido a la santa, calendarios, vídeos, cualquier cosa tocada por la mano o la imagen de Amma podía adquirirse  a precios aptos para todos los bolsillos en aquel zoco perfectamente organizado. Recuerdo que compré una pulsera de cuentas preciosa…, uno no es de piedra.

A medida que la fila infinita avanzaba y se aproximaba mi turno miré a mi alrededor y el escepticismo se apoderó del momento. Estuve tentado de salir de la fila y volver a casa, ¿qué hacía yo en medio de todo aquello?, era un esperpento ridículo. ¿Qué habría pensado mi padre si me hubiera visto en aquella situación, o mis amigos de “toda la vida”?, sin embargo había ido a verla por algo muy concreto, lo había sentido, tenía la certeza de que su abrazo marcaría algo importante en mi vida, así que me refugié en la intuición primera y esperé paciente mi turno. Cuando me tocó, uno de los múltiples asistentes de Amma me colocó un pañuelo de papel para que mis ropas no rozaran a la santa, otro me pasó un paño húmedo por la mejilla, me hicieron avanzar un par de metros, me senté frente a ella, Amma soltó a la alma cándida que tenía el número anterior al mío, y me abrazó. En la fila se decía, mientras esperábamos el momento, que una gran luz se abría después del abrazo, que Amma recitaba un pequeño mantra en el oído de cada uno y que esa era la llave que nos transportaría en nuestras meditaciones, y otras cosas por el estilo. Yo no sentí nada, ni siquiera comprendí la frase que me susurró al oído.

Me levanté, le di unas gracias balbuceadas entre dos gorilas hindúes que me apartaron rápidamente para que la santa continuara con su labor de abrazar, y salí víctima de una profunda decepción.

Esperé unos segundos al siguiente de la fila, que en realidad era la siguiente, ya que detrás de mí iba una de las personas que más he amado en toda mi vida, la esperé para ver cómo le había ido con Amma, y cuando la tuve al frente sentí una voz clara que me dijo que ella no era la persona. La abracé con fuerza, lloré sobre su hombro por largos minutos, la besé con todo el amor del mundo y nos fuimos. Esa noche comencé a escribir “La Virgen del Sol”. Nunca supe qué sintió ella, ni qué le dijo Amma, ni creo habérselo preguntado jamás.

Han pasado unos cuantos años desde esta experiencia que jamás había contado, ni apenas recordado, hasta que ayer en la noche se revivió este episodio en mi memoria cuando recibí una noticia que todavía me tiene en el aire, y que no es otra que una alumna belga, de la universidad de Gante, escogió por indicaciones de su catedrática “La virgen del Sol” para su tesina de licenciatura de fin de carrera.

Ella nunca lo sabrá, pero su tesina, mi vida, mi familia, todo lo que me ha acontecido en estos años, y mi carrera de escritor son el fruto de un abrazo, casi con toda seguridad el más extraño de todos los que jamás he recibido.   


Comentaris

Gigi en Gigilandia ha dit…
Hola Sr Díez

Sólo sé que los abrazos son la cosa más reconfortante del planeta, vengan de quien vengan y se den por los motivos que sean. Los mejores son los saca aire y aunque sé que quizás no viene al caso decir esto, siempre es bueno empezar o terminar con un abrazo.

Gracias por compartirlo, como siempre me llegó al alma
Anònim ha dit…
A finales de este año se cumpliran 10 de mi primer viaje, fue con un grupo de amigos, entre ellos el abrazado, nunca había sentido el gusanillo de viajar pero se decidió en una tarde y yo sin pasaporte, cuándo me lo planteó pensé este está loco, pero esa locura me llevó a una experiencia q nadie sabe, ni el, desde entonces hemos compartido más locuras y espero q todavía nos queden muchas más ....no soy la Amma pero mis abrazos sí los ha sentido almenos en lo físico, gracies per moltes coses
Carmen Grau ha dit…
Hola, Jordi. Me ha encantado leer tu experiencia. Tus artículos siempre tienen un toque mágico y como eres novelista, a veces te pregunto si realmente te pasó. Tú me aseguras que sí, y te creo, por supuesto. En este caso, aparte de creerte te he entendido perfectamente. Si me permites una opinión, y quizás esté equivocada, lo que a ti te pasó es que estabas preparado para cambiar de vida. Ese abrazo fue el detonante que por fin te hizo dar el paso, pero si no hubiera sido Amma, habría sido otra persona. Creo que la fuerza que tienes y que te hizo replantearte tu vida sentimental y profesional salió de dentro de ti, no de Amma ni de nadie más. Lo que pasa es que tomamos del exterior lo que nos anima a ir por el camino que ya hemos decidido. A mí un amigo me dijo: "Escribe" y todavía se lo estoy agradeciendo como si le debiera a él haber escogido esta carrera, pero en realidad sé que él actuó como espejo y me dijo lo que yo quería oír en el momento justo. Una abraçada, Jordi.

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