Tiempo de agoreros

Buenos tiempos estos para los agoreros.

Qué profesión tan extraordinara la de agorero. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, Agorero/ra es:

1. adj. Que predice males o desdichas. Se dice especialmente de la persona pesimista. U. t. c. s.
2. adj. Que adivina por agüeros. U. t. c. s.
3. adj. Que cree en agüeros, supersticioso. U. t. c. s.
4. adj. Dicho de un ave: Que, según se cree supersticiosamente, anuncia algún mal o suceso futuro.

Sólo difiero con los ilustrísimos académicos en que la palabra quizá sea un adjetivo, pero la persona que lo ejerce es un nombre como un piano. Es decir, la palabra ya no califica, sino que ha tomado el poder y se ha convertido en un sujeto con vida propia.

Hemos vivido este fin de semana uno especialmente trágico en cuanto a las catástrofes naturales, para la dicha infinita de CNNeros, Pedro Piqueras, y agoreros varios. Personajillos que se ganan las habichuelas contando con todo lujo de detalles las mayores desgracias, tormenta perfecta, no sé qué vaina (como dicen aquí) ciclónico-explosiva, y mil barbaridades más. Todo con el único fin de tranquilizar a los afectados y a sus familias, ¿verdad?, porque en un mundo como el actual, ¿quién no tiene amigos o familia en casi cualquier parte del mundo?

Decía que este es su momento, junto a los fines de siglo y los gloriosos fines de milenio. Estamos en un momento dulce para todos estos tipos que nos quieren hacer creer que por nuestra culpa, de la cual siempre tienen la forma de que que nos arrepintamos, estamos cerca de la catástrofe final. Un destino al que nos dirigimos a pasos forzados y del que todo lo que nos ocurre son síntomas evidentes de su proximidad.

Predicciones que, desde la poderosa Hollywood hasta el camarero que nos pone el cortado ardiendo para quemarnos la lengua, empiezan a calar. Calan estas maldiciones en los que tienen demasiado espacio vacío en su interior, en aquellos que sinceramente creo que se alegrarían de que las predicciones fueran ciertas porque igualarían a todos a su estado de permanente vacío.

Personas a las que les alegra, es excesivo, les consuela la desgracia ajena porque sólo en ella se sienten útiles. Porque sólo en el más profundo negro brilla el gris. Hombres y mujeres más preocupados de los demás que de ellos mismos.

Muchos de estos tipos que en algún momento de su vida encontraron consuelo en alguna religión, secta o pensamiento, y que ahora tienen como única función vital meternos esa mierda en la cabeza a todos los demás. Telepredicadores, iluminados, zumbados armados de carteles hechos en cartón reciclado, todos ellos sumándose al pesimismo que impera en mucha gente. ¿Y porqué lo hacen?, para ayudar, claro.

En momentos como estos, de crisis profunda ECONÓMICA, porque de la existencial no se preocupan en los noticiarios, de catástrofes naturales, porque nunca antes las han habido (por lo menos no en directo con la sangre salpicando la parte interior de nuestros televisores de plasma), de predicciones traídas al uso, Nostradamus, mayas, etc., es cuando hay que estar más despierto, más tranquilo, más convencido de que los que tenemos ganas de vivir podemos insuflarlas al resto. Pero sin hablar, sin hacer apología ni postularnos al lado de nadie, simplemente sintiendo y comprendiendo que la vida es tal cual la que es, finita, frágil y muy, muy, muy corta.

Y por eso es que tenemos la obligación moral, como individuos e incluso como especie, de disfrutarla, de no caer en pesimismos ridículos, y vivir cada día con plenitud. No como si fuera el último día de nuestra vida, viendo todos los amaneceres y llamando a nuestros amigos para decirles cuánto les queremos (que estrés), sino sencillamente viviendo, riendo, adaptándonos a cada nueva situación con la flexibilidad máxima que nos permite nuestro esqueleto articulado. Comprendiendo que la situación siempre nos va a desbordar, y que la vida es incontrolable, así como la muerte. Que es mucho más fácil navegar sobre el mar que intentar controlarlo con diques hechos de cartón piedra.

Y por cierto, por si alguno de los agoreros se acerca por este post, os comento que el mundo no se acaba en el 2012 (por suerte), ni las hipotecas (por desgracia), ya que un investigador alemán parece que ha descubierto un mal cálculo en el inicio de la correspondencia de nuestro calendario con el maya. Vaya, vaya. El héroe se llama Andreas Fuls. Yo personalmente tengo otra teoria sobre el fin del calendario maya, bastante más sencilla que la explicación sobre la posición de venus el día d a la hora h. Yo creo que lo que ocurrió es que el único tipo que sabía hacer calendarios se murió y no pudo añadir más piezas al ingenio. Quizá pensó que con los más de cinco mil años que tiene de duración alguien aprendería a hacer otro nuevo...

Por lo menos no hemos visto en esta ocasión las mismas imágenes del terremoto de Chile que las que nos mostraron de Haití. Claro que en Chile no hay negros descalzos.

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