Esqravos

No soy nadie, de hecho ninguno de nosotros somos nadie, o por lo menos eso es lo que he comprendido tras algunos días de vivir en lo que dicen es el primer mundo.

Y cuando digo que no soy nadie quiero decir que no soy lo suficientemente humano para llegar a ser nadie.

Antes, quizá en otra época que ha quedado grabada en mi memoria como cierta, las personas íbamos a los lugares y se nos reconocía por las formas, el rostro, el tamaño de la cabeza, la ropa que vestíamos o los idiomas que hablábamos. De esa forma nuestros interlocutores, camareros, policías, funcionarios, dependientes, otros seres humanos como nosotros, sabían que todos pertenecíamos a la misma especie y se nos abrían las puertas de la interacción con ellos. 

Antes, quizá en esa época que creo recordar que existió, ibas a un bar, una tienda, un aeropuerto, una casa, y la persona que te recibía reconocía en ti un ser humano con potestad para ser tratado como algo vivo, algo por encima de una mascota o una caja de cartón.

Antes, quizá en esa otra época que dudo que existiera, cuando alguien te preguntaba algo respondías. A veces con la voz, otras con una sonrisa o una mueca, y algunas con la indiferencia, que no deja de ser una respuesta tan válida como cualquier otra.

Pero ahora no. 

En esta época que espero no recordar y que sí es real, nada de eso tiene valor.

Ahora, lo que nos identifica como seres vivos conscientes no es ni estar vivos ni ser conscientes, sino el hecho de presentar en la pantalla de nuestros celulares (mucho más inteligentes que nosotros) una amalgama de puntos, rayas y cuadrados negros sobre un fondo blanco algo que llaman código QR. 

Ahora, si vas a un bar, una tienda, un aeropuerto o una casa lo que hace saber a la otra parte si eres digno o no de ser considerado hábil para acceder es que tu teléfono móvil disponga de ese código, y lo más importante, que el mismo teléfono inteligente de la contraparte sea capaz de leerlo

No sirve ya una sonrisa, una palabra, una explicación o una anécdota. A nadie le interesa nada de eso. Ahora, si no tienes un QR que diga quién eres, sencillamente NO ERES.

La verdad, no tengo nada en contra de este nuevo sistema de reconocimiento entre humanos. Casi diría que me siento cómodo en esa bruma incierta, pero me jode profundamente que el invento haya dejado en la cuneta de la no existencia a más de la mitad de la población mundial. No hace falta más que ir a un aeropuerto y ver la fila de personas, casi todas mayores, pidiendo ayuda para rellenar los datos necesarios para conseguir ese QR que los convierta de nuevo en seres humanos. Personas que han hecho su vida, que se han desenvuelto en mil y una circunstancias, que han tenido que ahorrar o ingeniárselas como fuera para sacar sus familias adelante, sus vidas, y que ahora han sido condenados a la desaparición por un maldito teléfono inteligente (¡ja!) que los ha convertido a ellos en analfabetos.

¿Cómo podemos permitir algo así?

¿Quién ha sido el malparido que ha mandado a toda esta gente al más absoluto ostracismo?  

Por favor, si alguien lo sabe, que me envíe un código QR con sus datos.

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