Los libros de mis viajes

Hace unos días que llegué de un viaje corto por la ciudad de La Habana Vieja, en Cuba, y aunque viajar es de las cosas que más me agradan en la vida y seguramente la fuente de felicidad más grande que he conocido, este viaje me ha dejado un poso de tristeza del que es difícil desengancharse. Hace tres años estuve por primera vez, y ya entonces me dije que no volvería jamás a caminar por sus calles en ruinas, sin embargo la providencia a veces dicta destino y he tenido la opción de volver. Cierto es que lo he hecho por la compañía (excelente), pero el escenario es tan deprimente que se come cualquier intento por disfrutar del paseo. “O vienes a hacer fotos de ruinas o a follar”, escuché en el lobby del hoteldemierda en que nos alojamos. Un hotel, por cierto, hermoso, grande, amplio, de instalaciones maravillosas y de un pasado esplendoroso, pero del que uno tiene la sensación de que si estornuda, todo el edificio pasaría a mejor vida…

Sin embargo la intención de este post no es comentar acerca de las deficiencias infinitas de La Habana, sino hablar de algo que me ha acompañado durante toda mi vida y como no, también en mis viajes, y que no es otra cosa que los libros. Mientras me acomodaba con "1Q84" sobre el único muelle que le quedaba al sillón del lobby del hotel, recordé que todos los viajes que he hecho a lo largo de estos cincuenta años han estado siempre vinculados a un libro, y que ese libro en cuestión ha marcado en mi ánimo y en mi memoria los recuerdos de cada uno de esos viajes, de manera que, a modo de cola de cerdo, las vivencias se enrocaban unas en otras: las mías frente a las rocas inmensas de Sacsayhuamán con las de Frank McCourt en las calles miserables de Limerik, o la fabulosa vida de Gabriel García Márquez en Vivir para Contarla mientras mis huesos descubrían la quebrada de Jade y la majestuosidad de Canaima y su Salto del Ángel. La rusca del viejo Bruno apareciéndose tras cada señal de tráfico de las carreteras italianas o más recientemente, las andanzas del doctor Wilbur Larch y su discípulo Homer Wells obligando a que toda Costa Rica haya quedado en la memoria bajo un manto de éter melancólico. 

Durante un viaje a Venezuela acabé "Vivir para Contarla" antes de regresar y compré un libro en un mercado de segunda mano, no recuerdo ni su título, pero sí que el día de regreso, ya en el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas, el guardia de control aduanal me lo pidió y se puso a ojearlo. Furioso, se lo cerré en la cara de un manotazo y se lo quité. Como era de esperar, al hombre no le hizo gracia mi gesto y nos sacó a los tres amigos a un aparte de la fila para hacernos un cacheo “personalizado” que me valió la reprobación inmediata de mis compañeros y la casi pérdida de nuestro de vuelo, pero ver a aquel hombre con sus manazas ojeando el libro que yo estaba leyendo me pareció una intromisión tan enorme en mi intimidad que no pude reprimir el gesto. Y es que eso es lo que son para mí los libros, el último escondite de mis miserias, ¿cómo iba a dejar que nadie mirara allí?, y tirando de este hilo, ¿dónde esconde las suyas la gente que no lee?

Ahora estoy en el último tercio del primer libro "1Q84" de Murakami. Honestamente empezó muy bien, avanzó envuelto en un gran interés, ha ido decayendo y en estos últimos días incluso se me hace pesado seguir, pero incluso así, incluso entre el tedio de las páginas pesadas la vida propia queda exenta de responsabilidad, da igual lo que yo haga en esos momentos, lo que piense, lo que viva con sus protagonistas, lo que opine de ellos, si me aburro, si me divierto o me decepciono, a nadie le importa ni a nadie afecta. 

La lectura es el hilo que conecta una parte fundamental de mi vida a lo largo de todos estos años, y a pesar de que no he leído ni siquiera un millar de libros, si no fuera por ellos, por los que he leído, no por los que he escrito, nunca hubiera tenido el valor de hacer nada en la vida. Y si bien ese bagaje es cercano al nulo, peor habría sido de no tener la escapatoria que me dan las letras de los demás. 

¿Cómo se puede vivir sólo aquí? 
¿Cómo se puede vivir sólo lo que se es?
¿Cómo se puede aguantar el peso de la vida sin refugiarse en los libros?
¿Cómo se puede ser uno mismo todo el tiempo y no aburrirse?
¿Cómo se puede vivir sin escapar de la vida?
¿Cómo se puede vivir sin leer?

La respuesta para mí está clara, no se puede, y por eso quería escribir acerca de los libros de mis viajes pero he acabado, como siempre, disertando de todo menos de la lista que quería compartir.  Qué torpe soy. Otro día será…


Comentaris

Blanca Miosi ha dit…
Como siempre, Jordi, leer tus pensamientos es todo un placer para los sentidos.
¿Cómo vivir sin la intimidad que te brindan los libros? ¿Cómo? ¿Cómo?
La verdad, no sé la respuesta porque nunca he dejado de leer.
Ahora que tengo el privilegio de escribir creo que leo más que antes.
Y espero algún día ser leída con el mismo ánimo, la misma emoción, que me produce leer un buen libro.
Como los tuyos, por ejemplo.
Jordi Díez ha dit…
Muchas gracias Blanca por tus palabras. Bendita la inteligencia humana por haber encontrado algo como los libros.
Vicsabelle ha dit…
Una de mis mayores pasiones:leer. Ojala pudiera hacerlo sin interrupciones. Refugiarse en un libro, como dices, jordi, es el lugar mas seguro que puede haber, entiendanlo o no, los no leen. Es un placer leerte Jordi. Siempre te las arreglas para atrapar a lector desde la primera palabra en cualquier cosa que escribas...
Jordi Díez ha dit…
Muchas gracias Ingrid. Un libro es el lugar más seguro, qué verdad tan inconmensurable y que fortuna aquellos que hemos aprendido a refugiarnos en ellos. Me pregunto muchas veces si en un juego de Candy Crash también se encuentra el mismo refugio... Gracias por tus palabras.

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