Son estos unos días complicados...

Son estos unos días complicados..., unos de esos días en que por fuerza parece que la humanidad completa deba pasarlo bien bajo pena de deshumanización, como en esos mensajes absurdos que a veces se aparecen en los muros feisbuquianos advirtiendo de que si no los compartes con equis personas, las siete plagas de Egipto caerán sobre tu cabeza. Pues en estos días parece que a aquellas personas a quienes no les agradan las multitudes, los excesos, las celebraciones, el gasto desmesurado, o que simplemente se sienten incómodas ante el bullicio y la felicitación, deban padecer las siete plagas famosas y alguna más de regalo.

Yo soy una de esas personas.

No me siento cómodo en la felicitación, no me gusta que me regalen cosas obligadas, no me gusta que dirijan mis sentimientos ni mis estados de ánimo, no soporto las multitudes (trabajo tengo para soportarme a mí mismo…) y no comprendo que cientos de miles de personas al unísono celebren una serie de mentidas enlazadas por la historia y azucaradas por el celuloide hollywoodiense como si fueran una verdad universal tan o más profunda que la Sagrada Constitución Española.

No me gusta ver a la gente gastando lo que no tiene, o lo que le ha costado un esfuerzo enorme por conseguir por el simple hecho de que es tradición, ni me gusta que algunos comercios y negocios se hagan de oro curando el gen sentimentaloide de la masa. No me gustan los chantajes emocionales de los aguinaldos y las mordidas. No me gustan las películas de Santa Claus, no me gusta que el personaje usurpado de otras tradiciones vista de rojo por una campaña publicitaria, no me gusta decirle a mi hijo que tal o cual día aterrizará ese invento en un trineo tirado por renos, y que de ser verdad al mínimo contacto con la humedad y la calor del trópico perecerían como pollos a l’ast. No me gusta pasar nervios por si viene o no viene la tía Equis a casa, no me gusta que me fuercen a celebrar junto a familiares que no conozco, ni junto a las parejas de familiares que ni siquiera conozco, no me gusta sufrir por si se han comprado o no todos los regalos, o si estos estarán a la altura de las expectativas. 

No me gusta que la gente sienta que todo lo que no se haga entre esta noche y mañana no tiene valor. No me gusta que las ciudades parezcan locales de alterne durante un mes y la casa de una viuda el resto del año. No me gusta que se asocie la navidad al frío porque en un tercio del planeta lo hace, mientras que en las otras dos terceras partes hace una calor que no se puede soportar. Me parece absurdo que la gente se vista de Santa Claus en Chile, Colombia o Nueva Zelanda, en pleno verano. 

No me gusta, como no me gustan los carnavales, los cumpleaños, los “halloween’s”, y las noches de acción de gracias. No me gusta nada que se repita año tras año en las mismas fechas por el simple hecho de que la tierra ha dado una vuelta más. Lo considero absurdo, y mucho más que la gente se alegre de eso. No comprendo por qué los adultos no nos planteamos las cosas antes de celebrarlas, ni por qué perpetuamos en nuestros hijos las mismas ridiculeces como si se trataran de las leyes de la física universal. 

Lo sé,  soy uno de esos. Grinch, me llaman algunos compañeros de trabajo adoptando el nombre de otro invento de la misma calaña que el muñeco de la Coca-Cola con barbas y sombrero de ir a dormir, mientras se alegran a mis espaldas de que yo no celebre y cubra sus turnos. Y quizá tengan razón, pero quizá también deberían pensar por qué no se atreven a celebrar un día cualquiera, un día en que se sientan felices por sí mismos, porque les haya salido algo bien, y cojan a la familia y la lleven a cenar vestidos de gala, y se compren regalos para los hijos, para los amigos, para la pareja, sin necesidad de que un anuncio publicitario nos recuerde que ha llegado la hora en que todo el mundo que tiene corazón debe hacerlo para demostrar que tiene buen corazón.

No me gusta contestar mensajes tan azucarados que deberían venir con aplicaciones de insulina para los teléfonos móviles, tables y Pc’s.

Reconozco que mucha gente parece cambiar en estos días, que una especie de halo de buen rollo cubre la cocorota de algunos y los hace ser más amables, más compañeros, más alegres, pero también reconozco que no solamente es mentira, sino que es temporal e inducido.

En mi faceta más pública de escritor que se publicita en las redes sociales, abono perfecto para todo este fregado, tenía mis dudas de si hacer una especie de felicitación navideña con mis libros, mi cara sonriente y un gorrito de Santa, o bien hacer este escrito y añadir algo de limón al ceviche, y he decidido hacer lo que de verdad siento. 

Y si bien he de aceptar que mejor todo esto a nada, mejor que la gente se felicite y se acuerde de los demás en fechas marcadas a que no lo haga nunca, que las familias se reúnan por navidad en lugar de no reunirse nunca, lo cambiaría todo por un rato de silencio con un buen libro o en soledad, o con mi familia y mis amigos, de vacaciones, viajando, riendo porque sí, porque nos da la gana, porque somos libres.

Feliz Navidad para todos,
Con todo mi cariño,
El Grinch

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