Feria Internacional del ¿Libro? en Santo Domingo

Para nada quisiera caer hoy en el gravísimo error que he tenido que soportar durante muchos años en mi Catalunya natal, tierra de acogida, en la que muchos de los que vinieron de fuera a ganarse la vida criticaban a los catalanes con inquina, en lugar de agradecer que una tierra ajena les diera las herramientas para poder ganarse la vida.

Cuando alguien venido de fuera critica la tierra que le ha acogido, la respuesta es tan sencilla como recordarle que está allí por voluntad propia, y que si tanto le disgusta, se puede marchar en cualquier momento.

Por eso es complicado el artículo que voy a escribir hoy, porque cualquiera de mis amigos dominicanos tiene la respuesta tan fácil como decirme que si no me gusta me marche a mi Catalunya natal. Deseo que no sea así porque en mis palabras no hay, ni habrá, inquina, aunque sí bastante tristeza.

Este fin de semana visité con la familia la Feria del Libro, la única feria del libro en la que hay de todo, menos libros.

Enclavada en un espacio privilegiado, la plaza de la Cultura, que acoge a los museos de Historia Natural, del Hombre Dominicano (donde se guarda la cámara de fotos más antigua de la República Dominicana), el Teatro Nacional, entre otros, bajo la espesura de los árboles que sombrean los paseos para el bienestar de peatones y expositores, se encuentran amplios espacios para instalar carpas, puestos de venta de libros, escenarios para presentaciones y todo tipo de facilidades para hacer del lugar una excelente feria del libro.

Teatros, escenarios musicales, zonas infantiles y juveniles, trenecitos para los más perezosos, cafés, pizzerías, hamburgueserías, puestos de perritos calientes, venta de pulseritas, venta de collares, trenzas, altavoces por doquier del tamaño de la pirámide de Keops, estudiantes, soldados, adolescentes, teléfonos móviles, todos los cuerpos de policía, casetas gubernamentales, fotos del presidente, compañías privadas, camiones de Coca-Cola, curas, una construcción del Vaticano de unos cuatrocientos metros cuadrados con la foto del Papa en tamaño y estilo ayatolah, en fin, un lugar con tantas actividades que se olvidaron de los libros.

Apenas una calle con libros "cristianos", es decir, Biblias de todas las confesiones cristianoides que colapsan el país de gritos, una calle con los libros que se autopublican los políticos para autobombo propio (la mayoría repeticiones de los discursos de Balaguer), otra calle con libritos para colorear y algunos cuentos infantiles muy tristes, una zona "internacional" en la que había tres casetas de metro y medio correspondientes tres países, y dos calles que sí tenían un cierto interés, una con los autores dominicanos y otra con casetas de venta de libros de las siete u ocho librerías del país. Lo demás, mil cosas que no tienen, ni tendrán, nunca nada que ver con los libros.

Una feria del libro en la que apenas nadie llevaba una bolsa con libros, hamburguesas, algodones de azúcar, globos, perritos calientes, etc., sí, de eso sí, mucho y de todo, pero libros, ni uno.

Reconozco que me entristeció muchísimo ver esa feria del libro sin libros, sin autores, sin nada. Sin novedades literarias, sin cómics, sin libros culturales, sin libros de imágenes del país, de historia, libros antiguos, best-sellers internacionales, ediciones especiales, autores firmando sus libros, filas de fans entusiasmados por hacerse una fotografía o recoger una firma, en fin, lo que distingue a cualquier feria de este estilo. Casi nada de esto se encuentra en la feria del libro de Santo Domingo más allá de las naturales excepciones. Joyas contadas entre la inmundicia, la chabacanería, el griterío, la música a volúmenes insalubres, y poco más. Y lo que es peor, envuelto para regalo de las masas con la pátina de la cultura, como si poniendo la palabra mágica "libro" se beatificara el esperpento.

Sin embargo, cuando ya la pesadumbre se había apoderado del todo de mi ánimo, recordé que había hecho tres horas de coche para ver a una autora novel, Ingrid Natera, quien publicaba su primera obra, Amada y el Artista, y vi que, como en todos los desiertos del mundo, también en el cultural aparecen flores. Una flor en forma de autora con ganas, con ilusión, con voluntad de hierro, con maneras, con cultura, con una voz suave alejada del griterío general, con la humildad que requieren los inicios, y conocí también a su editor, un aventurero que intenta rescatar algún valor entre la inmundicia que cubre el absoluto desinterés por las letras impresas en esta isla.

Y este detalle, pensar que hay muchas más Ingrid, sólo esto, ya hizo válido el viaje.

Comentaris

philippe ha dit…
¡Ay, Jordi! Me hiciste reír, me hiciste sonrojar y hasta hiciste que las lágrimas se apresuraran a nublar mis ojos con este spot. Gracias por tus halagos que me permitirán seguir soñando. Y déjame decirte que todo lo que cuentas aquí no se escapa a mi crítica (puedes preguntar a mi esposo), la única diferencia es que a mí no me podrán decir que si no me gusta que me vaya, je, je.

No es la primera vez que lo digo y este año, más que años anteriores a los que pude asistir, encontré que faltaron muchas mas cosas pertinentes al quehacer literario, como esas que mencionas y fueron sustituidas por otras tantas que no les veo la razón. Por ejemplo, los pabellones más costosos y más llamativos no tenían nada que ver en lo absoluto, ni encajaban con el verdadero espíritu de una feria del libro. En cuanto a los políticos… te escribiré para contarte mi propia experiencia esa tarde con uno de estos “bizarros”. Perdona que me excediera tanto en el comentario, pero… fue inevitable.Gracias nuevamente.
Abrazos.
Vic
Jordi Díez ha dit…
Hola Ingrid, gracias por el comentario.

Todo lo que he escrito es lo que siento. Como ya he dicho miles de veces, soy catalán, y Catalunya es un lugar que recuerdo de mi niñez hermoso, pero que los años 60 a 80 se encargaron de destrozar. Después, en los 90, se intentó arreglar algo, pero ya era demasiado tarde. Catalunya había perdido una parte de su patrimonio por la estupidez y la mala planificación de los que allí vivían/vivíamos (yo era bastante niño).

Eso es lo que me da tanta rabia de este país, que es uno de los más hermosos del mundo, la escenificación terrenal del Edén bíblico, y se lo están cargando a propósito. Y lo peor, se lo están cargando utilizando las manos de los propios lugareños.

Si ves un lodazal sucio no duele lo mismo que si ves un jardín lleno de basura, y eso es lo que siento muchas veces aquí.

Por suerte hay gente como tú que desde la trastienda está intentando cambiar la tendencia autodestructiva, gente capaz de ver más allá de la punta de su "nariz" si es hombre, o de la extensión de sus uñas coloreadas si es mujer.

Muchas felicidades, de verdad. Como decía un personaje televisivo de mi niñez, el Capità Enciam (el capitán lechuga), els petits canvis son poderosos !!

Los pequeños cambios son poderosos, jejeje, y toda una generación hemos crecido con esa consigna.

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