Pumaorcco, el retorno !!!

Hola,

Como prometí todavía falta un último capítulo de nuestro reencuentro con la gente de Pumaorcco.

También prometí que sería terrorífico y ahora, si os atrevéis a continuar leyendo, vais a sentir el pánico en vuestros cuerpos, los vellos erizándose cual estacas amenazadoras a los excesivos ropajes del invierno, y los ojos pasmados en un rictus que permanecerá por los siglos congelado de estupor.

¿Qué puede ser tan terrible, os estaréis preguntando? Seguid si tenéis valor, pero para aquellos de corazón sensible, marcapasos, arritmias, problemas linfáticos y otras enfermedades de asustar, os aconsejo cerrar este blog y esperar a que la cantidad de artículos-chorrada sea suficiente para hacer desaparecer éste de los primeros lugares.

¿No? Bien, a partir de aquí todo es bajo vuestra responsabilidad…

Después de nuestra última visita a Pumaorcco en la que dedicamos la jornada entera a comprobar el estado de los galpones (cuyeros), los terrenos de pasto, el riego último modelo instalado en la comunidad por el ayuntamiento de Cacca, y repartir ropa y lotes de primera necesidad, volvimos a los dos días a una actividad "lúdica". A una fiesta dirían los más optimistas.

Imaginé que la cosa se pondría complicada cuando insistieron en hacerme una foto con semejante sombrero. En ese momento debería haberme bajado del auto y emprender una carrera hacia atrás, pero ni sabía dónde me encontraba ni mi forma física es la de unos años atrás, así que me resigné, me persigné y decidí afrontar como un hombre lo que viniera.

Cuando el vehículo que nos transportaba, en condiciones de extremo lujo, por las tierras andinas arribó a las postrimerías de Pumaorcco lo primero que nuestros ojos vieron fue el acostumbrado revuelo de niños, pero esta vez su llegada hizo intuir que algo estaba por pasar. De la cantidad habitual apenas tres o cuatro nos recibieron… en un primer momento. Al cabo de pocos segundos de haber abandonado nuestro coche una brisa melódica como el soplido humano en un tubo de PVC perforó nuestros tímpanos en la distancia.

Del centro común de Pumaorcco se acercaban en procesión las fuerzas vivas de la comunidad con unos danzarines ataviados con los ropajes del Señor del Coioriti que abrían la comitiva de agricultores y resto de la población.

La orquesta nos alcanzó casi al tiempo que la marabunta nos engullía y, presos por las manos de niños pequeños confabulados con el resto de gente, nos obligaron a descender la empinada cuesta hasta el centro social. Debo aclarar que tal centro lo constituyen tres edificios, un salón comunal, una escuelita y una capilla.

Al llegar al último de ellos se desató el terror que tantas señales me habían anticipado ese día. Un grupo de veintidós niños esperaban vestidos con sus trajes típicos en la puerta de la capilla, y a los pocos minutos de nuestra llegada, un cura español con una mala leche impresionante confirmó mi temor inicial.

¡Cada uno de nosotros iba a bautizar a siete niños! Bueno cada pareja para ser exactos, pero a mí y Luz, como no podía ser de otra forma, nos tocaron ocho niños de Pumaorcco. ¡Por Dios, padrinos de ocho niños de golpe! ¡Os podéis imaginar el día de la mona! ¡O cuando comiencen a caer en cascada diente tras diente y el ratoncito Pérez deba hacer acto de presencia!

Sí, lo sé, espantoso.

Pero os aseguro que no pude hacer nada al respecto, no tenía dónde escapar entre aquellas cumbres imponentes y estoy convencido que me habrían cazado cual novio a la fuga ante la perspectiva de una boda forzada. Y por eso rescaté la mínima hombría que pude, le eché valor, firmé con el nombre de otro, y pa’lante, que fuera lo que tuviese que ser.

La ceremonia se realizó con total normalidad, en un quechua fluido que todos comprendimos sin problemas, y acompañando cada oración bondadosa del padre español con una mayor afluencia de cuerpos embutidos en los treinta metros de la iglesia.

Fabuloso.

A la salida el oxígeno me golpeó con tal fuerza en los pulmones huérfanos del gas elemento que casi me hizo caer, pero una vez más aguanté como un hombre el lanzamiento olímpico de caramelos y monedas (en el que los adultos utilizaron su mayor corpulencia para hacerse con más cantidad de premios), las fotos de certificación del acto y las felicitaciones posteriores de los padres.

Después de todo esto nos obsequiaron con una comida excelente, danzas y bailes interminables de obligada participación, y regalos para todo el mundo (atención, alcalde de Sabadell incluido) confeccionados por ellos mismos.

En fin, una jornada que resultó agotadora pero que jamás en toda mi vida podré olvidar.

Quiero decir públicamente lo que quiero a Xesca y a Toni, dos personas cuya presencia es como tomar permanentemente el elixir de la larga vida. Gracias de corazón.

Y por cierto, ya os pasaré mi número de cuenta corriente para los cumpleaños de mis ahijados...

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