La ironía fina
Todavía estoy emocionado, perplejo, sonriente y, porqué no decirlo, feliz, despúes de haber leído un libro que me ha parecido brillante.
Se trata de una novela histórica, y si bien debo reconocer que me ha recordado un poco a la saga del Capitán Alatriste de Arturo Pérez Reverte, se diferencia en un lance definitivo, cambia la mala leche y la amargura propia de la raza madrileña-española, y que carateriza casi toda la historia de este país, por una ironía sutil e inteligente.
La novela que os recomiendo es "Ladrones de Tinta", de Alfonso Mateo-Sagasta, Ediciones B.
En un breve, brevísimo resumen, os diré que se trata de las tribulacione de un tipo encargado de buscar al escritor que se esconde tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda y que se ha atrevido, ni más ni menos, a escribir y publicar la segunda parte del Quijote. El hecho tan sólo de moverse en el Madrid del siglo XVII, entre escritores como Tirso de Molina, Lope de Vega, Quevedo, ... o figuras históricas como el duque de Osuna, y un largo etcétera, ya merece la pena leerlo, pero lo mejor para mí es el motivo de esta reflexión, la ironía inteligente con que el protagonista resuelve y analiza las situaciones que le asaltan.
Esto me lleva a plantear una cuestión que me gustaría comentar con vosotros. ¿Por qué no somos capaces de resolver todos los asuntos en duelos de ironía?
Me explico, imaginemos un incidente cualquiera, un accidente de tráfico en el que no se dilucide con claridad cuál de los implicados tiene razón, pues ante un tribunal de irónicos, los afectados relatarían el accidente cargando de sal fina la acción, y el que mejor, más brillante, y sobre todo, más divertida, explicase lo acontecido, sería el beneficiado del litigio.
Sí, ya sé. Ya sé lo que estáis pensando, este sistema beneficiaría a los más inteligentes, quiénes formarían el tribunal, etcétera, pero intentémos saltar por un momento estas dificultades e imaginemos que de verdad lo ponemos en marcha.
La ONU debería cambiar su nombre por la ONI, Organización Naciones Irónicas, y allí se decidirían en debates trabajados, "meninjeados" (con perdón), los conflictos internacionales. Nada de invadir a nadie, ni matar en bombardeos inhumanos a las naciones vecinas. Una representación de cada nación dirimiría sus diferencias sacando las faltas del vecino al estilo de "las doce tribus de narices era", por ejemplo. ¿Os lo podéis imaginar? Un mundo decidiendo desde la ironía en lugar de desde la ira.
No estaría mal, verdad.
Y todo televisado, retrasmitido en directo por sagaces presentadores que desgranarían las ironías para el vulgo, que extasiado de tanto pensar, acabaría lanzando escaleras abajo sus aparatos de televisión. ¿Para qué verlos, si los puedo escuchar, o incluso leer? dirían las masas enloquecidas en peregrinación a las bibliotécas para adquirir mayor capacidad de ironizar.
Ah, y por supuesto la ironía soez, la de mal gusto, aquella que atente contra el buen entendimiento de la gente, restaría enteros ante el tribunal, hasta el punto de poder castigar con prisión incondicional la ira, la envidia, o simplemente el mal gusto del ataque ofensivo.
Quizá me he pasado, pero no me desagradaría, y eso que yo tendría mucho a perder.
Saludos,
Jordi.
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